Historias con Delantal #Peñiscola
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Contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.
Aquella noche me abrazó el mar y fui un naufrago al que las olas de la irrealidad le llevaron a una bendita deriva. Todo era posible, todo era real. Hasta los imposibles más imposibles rezumaban verdad. Vi sirenas, y gaviotas que me hablaban, y el rey del mar coronado con una hermosa guirnalda de gambas rojas y coral y de galeras. Fui arena de playa, un espía desnudo, un robinsón libre que no quería despertar. Pero el amanecer teñido de realidad amenazaba con convertir en añicos mi apasionante sueño de madrugada.
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El astro que todo lo marca -tiempo y días- quería despertarme de mi naufragio. Pero abrí los ojos, salté del sueño y grité en medio de mi océano de pensamientos como una gaviota enloquecida: “Quiero seguir navegando, quiero seguir en el mar… quiero seguir soñando”. Y las sirenas me murmuraron: ” quédate…”
…me recitó una de ellas, alma de Benedetti diría yo. Sus versos me llenaron de temor. No quería despetar. No quería abandonar mi travesía por los sueños de plenamar. Quería frenar el sol, desterrar el amanecer… quedarme en esa isla de fantasías por la que había deambulado una noche en la que desubrí que los sueños no tienen límites y que, incluso, se pueden cumplir.
Salté de la cama, paré todos los relojes de la casa, desterré el despertador, cerré la agenda…. abrí la vida. La ilusión. Escondí mi traje de superagente en un armario bajo diez llaves y un código olvidado. Y cuando me vi ante el espejo de mi vida,desnudo, como los Hijos del Sol, saqué mi ovillo de las fantasías y seguí tejiendo mi sueño. “Que nada ni nadie se cruce en mi carrera. Los sueños están para cumplirse”, grité de nuevo vendiendo mi alma al Dios de los Imposibles.
Entonces, el tiempo se paró, mi cuerpo se transformó y de mi interior brotó una GAVIOTA.


«Hubo un día en el que el mar se volvió bravo, como si el corazón que habita su interior se acelerara de manera desesperada. Dicen que surcó sus aguas una barca y que en su interior navegaba un joven marinero metido a mozuelo, aprendiz de todo y dicharachero. Dicen que ese día, el mar supo que allí iba el que iba a ser el alquimista humilde, el cocinero sencillo y discreto, el que –como tantos anónimos que viven casi en secreto- guardaba la esencia de lo que distingue unos de otros: LA HUMANIDAD.
Dicen que ese día en el que el mar estaba alterado, de las aguas del Mediterráneo empezaron a brotar -como nunca antes se vio- peces, y algas, y conchas que eran espejo de nácar, y caballitos de mar, y erizos que armaban jaranas, y hadas de sal y agua, y estrellas rojas y ortiguillas y espardenyes que eran mágicas…
Dicen que el joven pescador creció con su don y que con los años aquel guiso que nació de una alquimia lo llamó Calabuch, pero esa es otra historia maravillosa, más propia del Cine que quizá otro día te pueda contar…». Y el Papa de las Lunas me miró , respiró y suspiró. Y yo me quedé picoteando aquel arroz Calabuch.
SEGUNDO/ SIRENAS CON CORAZA
«Las galeras eran sirenas que reinaban en aquel lugar, tan sutilmente delicadas, y hermosas, y sabrosas… Siempre protegidas por esa coraza que Neptuno les quiso dar. Las galeras eran intratables, nadie se atrevía a tocarlas hasta que, por esas cosas de la mar, aquel niño que robaba peces de madrugada al Mediterráneo, les conquistó el corazón. No sé lo que vieron en él, pero lo cierto es que cuando las acarició ellas vivieron su pequeña REVOLUCION y se despojaron de corazas y dejaron sus carnes blancas y rosadas al placer de aquel mozuelo. Y de ellas, de las galeras, salieron manjares que eran destellos de divinidad marina. Manjares para alimentar al mismísimo dios del mar y a todo aquel pueblo que olía a brisa y sabía a versos con ortiguillas…»


Y mientras el Papa Luna me contaba su historia, bellas doncellas me mostraron aquellos manjares de los que él me hablaba. Y descubrí cuánta magia se puede esconder en esas sirenas con coraza. Galeras, les llamó el mar… Entra, pasa, disfruta…
Galera a la sal. Sirenas en la playa, todas ellas perfumadas con el aroma de la naranja. Llegaron, sorprendieron y triunfaron. Divinas ellas. Con su toque rosadito y su delicada desnudez. Aparecieron sobre un lecho de sal y con un profundo aroma a naranja y romero y a montaña. Al degustarlas tuve la sensación de que el sueño era imparable. Iba a ser para siempre una gaviota feliz.


Pil pil de alcachofa con galera. Caricias de mar y huerta que quieren acabar enlatando su pasión. Como para rezar tres Ave Marías y pedir perdón. O diez Padres Nuestros y dar gracias por tal bendición. Un plato repleto de sutilidades, y ternuras. La alcachofa confitada, la galera, el ajo, el alma, un beso, mucho amor… cálido y placentero. Como un microsueño dentro del microsueño que va tejiendo esta imparable fantasia. Sencillamente delicioso.
Crujiente de galera y alga wakame. El lecho de la sirena. Una dulce sábana de seda, bajo la que duerme algodón de mar. El potente interior de un crujiente que queire ser Mediterráneo en vena.
Crema de galera con su chupa chup crujiente. Caricias de bajamar. Una crema sentida y al tiempo sutil, sin estridencias, como puente conductor de lo que había pasado y de lo que quedaba por suceder…
TERCERO Y ÚLTIMO/ LA CORONACIÓN
«Fue tal el idilio entre el alquimista y las galeras que de aquellos manjares brotó la magia definitiva. El cocinero unió su destreza con el arroz y la esencia de las sirenas. Y sin él casi saberlo, de sus manos brotó un caldero que en realidad fue un hechizo eterno. Porque aunque los habitantes de esta tierra no lo sepan, desde que las galeras pasean por sus callejas, Peñíscola habita bajo el conjuro de la inmortal belleza. Y el arroz del cocinero es el que le da consistencia… Eso dicen, eso cuentan… Sea como sea, ya sabes que esto es un microsueño…. Tu sueño. Y el mío. Y entre los dos queda. Que nadie más lo sepa…».
Y el Papa Luna se esfumó. La ciudad del faro y del castillo se llenó de una hermosa luz. El sol parecía un tartar de gambas -como el que sirve Jaime Sanz- y las casas se tiñieron de azul, y la magia se perpetuó más allá de sus murallas. Y el tiempo se diluyó. Y en la arena se pintaron olas. Y una brisa de mar de invierno hizo temblar mis carnes de gaviota.
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