Guía Hedonista

Ruta veraniega por la Comunitat Valenciana

Ruta veraniega por la Comunitat Valenciana diferente a todas. Hedonismo ante todo. por @jesusTerres 24/07/20
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues —¡con qué placer y alegría!—
a puertos nunca vistos antes

El verano más extraño de nuestras vidas está aquí para recordarnos (como si hiciese falta) que no tiene ningún sentido hacer planes, que ya los hace la vida por nosotros y que qué más dará estar aquí o estar allí si al lado tienes a quien quieres; el arriba firmante, sin ir más lejos, tenía planes de plantar su culo en Estocolmo (culo fresquito) y el sur de Francia, a lo largo de los viñedos de Languedoc-Roussillon, pero nada más lejos de la realidad: el verano arrancó en una cala de Mallorca (en el Hotel Formentor, en Port de Pollença) y en un fin de semana tirando a lisérgico en esa fabulosa localidad que es Alcossebre.

Destinos donde ser feliz

Cenamos como Dioses en chanclas en Atalaya, el restaurante —no se pierdan su terraza— de Alejandra y Manuel en Alcalà de Xivert, ellos se conocieron en Martin Berasategui de Lasarte y están poniendo a Alcossebre en el mapa mental del gastrónomo. Aprovechamos para volver a El Pinar a por una paella del ‘senyoret’, El Pinar es un clásico que quizá va un pelín justito en cocina pero qué vistas y qué bien se está cuando se está bien a la fresca, lejos del mundanal ruido. Salimos desde la playa de Las Fuentes hasta Peñíscola, corazón de la costa del Azahar, con el destino puesto en esa catedral marinera que es siempre Casa Jaime: todo está bien aquí porque, para empezar, se respira ese aire de familiaridad bien entendida que solo se respira en las casas que entienden la gastronomía como una forma de vida. Esta lo es: cocina marinera fundada por Jaime Sanz en 1967 y hoy en las manos sólidas de su hijo Jaime. Me chifla el carpaccio de gamba roja del Mediterráneo, las ortiguillas, las espardenyes o el arroz Calabuig, sentido homenaje a la película de Luis García Berlanga.

Platos que son verano

No hay un producto que hable tan bien de esta tierra como la gamba roja, por su sabor salino, intenso, jugoso e inolvidable: ¿quién no se ha muerto de placer sorbiendo su cabeza? Para morir de placer en manos de una gamba nos toca viajar hasta el sur y atracar en la Costa Blanca, hasta la lonja de Dénia y esas dos casas de comida sin las que es posible entender la historia de nuestra cocina: El Pegolí y El Faralló. El primero, cuyo origen se remonta hasta 1943, del que tristemente se habló mucho esta temporada por el fallecimiento de José Piera, Pepe ‘el Pegolí’, a los 76 años de edad —El Pegolí es imprescindible como lo es la terraza de El Faralló de Javier Alguacil y Julia Lozano (en pocos sitios he sido tan feliz como en esta casa) o el ático de Peix & Brases donde brilla la cocina plena de sentido común y creatividad de José Manuel López frentes a los barcos llegando al puerto: qué inmensa suerte tenemos teniendo Dénia tan cerquita. Y ya que andamos en torno al Montgó lo suyo es visitar Tula en Xàbia, la “casa de comidas sencilla” de Borja Susilla y Clara Puig, una pareja que transmite su amor a través de su cocina amable. Platos técnicos y frescos que giran en torno a la temporalidad del producto y se completan con pequeñas influencias de otras cocinas del mundo. Su credo es el sabor y el saber hacer de las pequeñas cosas, es lo que más valoramos ahora, ¿no?

No me perdonaría hablar sobre la gamba roja sin nombrar al más grande (Quique) ni de plantar una pica en ese oasis que es Bon Amb de Alberto Ferruz; este verano Dénia y Xàbia están más cerca que nunca, ojalá que las aguas de la cala de Ambolo y la cova Tallada agradezcan este parón del mundo.

Comer junto al mar en Peñiscola

Comer junto al mar en Peñíscola. Entre espardenyes y ortiguillas: la cocina marinera de Casa Jaime que te hará llorar

Donde comer en Peñiscola

No es casualidad que este restaurante de Peñíscola figure siempre entre las recomendaciones de grandes chefs y comilones profesionales. Cincuenta años llevan ya realzando los frutos de la pesca con mucho respeto y conocimiento.

Por Marta Moreira | 22/12/2017

Incurrimos en una obviedad cada vez que decimos que vivimos –gastronómicamente hablando- en un territorio tocado de la mano de Dios. Y es cierto que son muchos, cada vez más, los restaurantes que defienden con honores los productos del mar y la huerta. Lo difícil no es hacerlo bien, sino distinguirse de los demás. Si consigues hacerlo durante décadas, es que te has marcado un doble mortal con tirabuzón.

El celebérrimo Arroz Calabuch de Casa Jaime, considerado como uno de los mejores de la Comunidad Valenciana, es un ejemplo de esa excepcionalidad sostenida en el tiempo. Aunque fue bautizado así en 1956 en homenaje a la película de José Luis Berlanga rodada en la localidad de Peñíscola donde se asienta el restaurante, este arroz exquisito de espardenyes y ortigillas de mar no es una invención de Jaime Sanz, sino una antigua receta de pescadores que el chef quiso preservar como si fuese una obra de etnografía gastronómica. “Es un arroz que nació de la necesidad –nos explica el camarero, mientras deposita delante de nosotros la pesada cazuela de hierro fundido -. Era lo que se comían los pescadores porque por aquel entonces nadie lo quería”. Hoy, lo que son las cosas, estos bichos misteriosos son un manjar (y no precisamente barato).

En Guía Hedonista no podemos despedir 2017 sin juntar unas letras en honor a este gran clásico de la gastronomía tradicional valenciana que ha celebrado cinco décadas de existencia. Fundado en 1967 como una pequeña tasca marinera y trasladado en 1982 a primera línea de playa -en un local sencillo, pero con vistas al castillo del Papa Luna-, este es uno de esos restaurantes donde no solo te ganan por el estómago. Ahora que empieza a hablarse tanto de que España necesita ponerse las pilas con el servicio de sala, es cuando debemos prestar atención a estos locales discretos e incluso periféricos, que cultivan una gran sabiduría desde el amor propio, pero sin el defecto imperdonable de la presunción. Debemos admirar este trato cercano, amable, barnizado de complicidad y sentido del humor, que no es otra cosa que verdadera profesionalidad.

Donde comer arroz en Peñiscola

Parte del ritual que sigue el personal de Casa Jaime –dirigido por el jefe de sala y sumiller Jaime Sanz junior- consiste en la importante labor didáctica que realizan con la máxima naturalidad, sin ningún engolamiento. Cada vez que llega un plato a la mesa, el maestro de ceremonias dedica uno o dos minutos a explicar de dónde viene la receta en cuestión, qué tipo de pescado, crustáceo o equinodermo tenemos entre manos, cómo y cuándo se captura, cómo se trata y qué sensaciones gustativas podemos esperar de él.  No comparto la actitud de quienes se ofenden ante este tipo de profusas explicaciones. La persona que nos sirve la comida en un restaurante es nuestra correa de transmisión con la naturaleza. Por muy bueno que sea un producto, siempre nos llega transformado, limpio, descascarillado… alienado de su origen. Si no nos interesamos por la trazabilidad de los alimentos, si nos desentendemos de su historia, acabamos por cosificarlos; y entonces el acto de comer se reduce a una mediocre rutina de consumo de lujo.

Pero volvamos a la “chicha”. El producto de temporada es la estrella tanto de los platos principales como de los entrantes. Aunque las alcachofas de la vecina Benicarló todavía no hay llegado al cénit de su temporada, podemos degustar uno de los platos “especiales” de este restaurante: un win-win a base de erizo de mar, langostino (de Vinaròs, por supuesto) y alcachofa con Denominación de Origen. El banquete sigue con unas croquetas cremosas de chipirones en su tinta, un delicado tataki de atún rojo (de Balfegó) con tartar de vieira… Mar, mar, y más mar.

La carta de Casa Jaime no es muy extensa, pero está llena de hits con combinaciones poco convencionales como el Arroz Columbretes de yemas de erizo, gamba roja y ajos tiernos; el de la Abuela, con salmonete de roca y chipirones, o el suquet de raya con langostinos. Puntos de cocción perfectos, suntuosidad y sabores intensos que amplían nuestros horizontes sobre el significado de la auténtica cocina marinera mediterránea. Comer, disfrutar, aprender. De esto va el asunto. Comer junto al mar en Peñiscola.